Voy recostado. Siento mi progresión. Me veo claramente: Rechinando los dientes con los oídos aplastados por el viento, voy montando un caballo de película... negro... con las crines suaves y largas.
Llevo apretando entre las palmas de las manos una casi inexistente banda de sonidos. A cada ráfaga de viento, -viento tibio, casi caliente- aprieto con fuerza mis rodillas, una contra otra,
La banda se mueve, vibra...
eco del grave sonido de las cuerdas.
La banda pierde su cuerpo y se vuelve agua,
puedo atravesarla con mis manos de un lado a otro, pero, aun así, sostiene mi peso. Invadiendo todo con ésta dulce extinción.